31.1.08

Engorilado (II)

EL TRATAMIENTO DEL MONO


"Kenny Dorchester se quedó perplejo. La última vez que había visto a Henry Moroney ambos eran infelices socios del club de obesos, y aquel hombre era el único miembro que pesaba más que Kenny. Una enorme ballena grasosa, Moroney ostentaba el cruel apodo de «Huesudo», como había confesado a los compañeros del club. Pero en ese momento el apodo parecía conveniente. Moro­ney, además de estar tan delgado que se le veían las costillas, tenía la mesa llena de huesos. Ese fue el detalle que intrigó a Kenny Dorchester. Todos aquellos huesos. Empezó a contarlos, y perdió la cuenta al cabo de unos instantes, ya que los huesos estaban en desorden, dispersos en los vacíos platos entre salsa casi seca. Pero de la simple masa de huesos se deducía con claridad que Moroney había devorado como mínimo cuatro costillares, o quizá cinco.

Kenny Dorchester pensó que Henry «Huesudo» Moroney sabía el secreto. Si existía un medio de perder decenas de kilos y a pesar de todo se podían consumir cinco costillares de una sentada, Kenny debía conocerlo desesperadamente. Así pues, se levantó, se acercó a la mesa de Moroney, y se sentó no sin esfuerzos delante de él.

-Eres tú –dijo.

Moroney alzó la mirada como si no hubiera reparado en Kenny hasta ese mismo instante.

-Ah –dijo con voz apagada y afligida–. Eres tú.

Parecía muy cansado, aunque Kenny pensó que era un detalle natural para una persona que había perdido tantos kilos. Los ojos de Moroney estaban hundidos en hondos huecos grises, su carne colgaba en pálidos y vacíos pliegues de piel y el hombre tenía los codos apoyados en la mesa, con el cuerpo caído, como si el agota­miento le impidiera mantenerse erguido. Su aspecto era terrible, pero como había perdido tanto peso...

-¡Qué maravilloso aspecto tienes! –comentó abruptamente Kenny–. ¿Cómo lo conseguiste? ¿Cómo? Debes decírmelo, Hen­ry, debes decírmelo.

-No –musitó Moroney–. No, Kenny. Márchate.

Kenny no esperaba aquello.

-¡Vaya! –exclamó–. Eso es poco amistoso. No pienso mar­charme hasta saber tu secreto, Henry. Me lo debes. Piensa en todas las veces que hemos cortado pan juntos.

-Oh, Kenny –dijo Moroney, con su apagada y terrible voz–. Vete, por favor, vete, no te interesa saberlo, es demasiado..., dema­siado... –Se interrumpió, y un espasmo cruzó su semblante. Gimió. Su cabeza se inclinó notablemente hacia un lado, como si sufriera algún ataque, y sus manos tamborilearon en la mesa–. Ooooooh...

-Henry, ¿qué pasa? –dijo Kenny, alarmado.

Ya estaba seguro del hecho que «Huesudo» Moroney había exagerado la dieta.

-Ahhh... –Moroney suspiró repentinamente aliviado–. Na­da, nada, estoy bien. –Su voz no reflejaba en absoluto el entu­siasmo de sus palabras–. Me siento magníficamente, en realidad. Magníficamente, Kenny. No había estado tan flaco desde..., des­de..., bueno, nunca había estado así. Es un milagro. –Sonrió suavemente–. Pronto alcanzaré el objetivo, y todo habrá termi­nado. Eso creo. Creo que alcanzaré mi objetivo. No sé cuánto peso, esa es la verdad. –Se llevó la mano a la frente–. Pero estoy del­gado, ciertamente. ¿No te parece bueno mi aspecto?

-Sí, sí –acordó Kenny, impaciente–. Pero, ¿cómo? Debes decírmelo. Seguramente no será gracias a esos farsantes del club...

-No –dijo apagadamente Moroney–. No, fue el tratamiento del mono. Toma, te lo anotaré.

Sacó un bolígrafo y garabateó una dirección en una servilleta. Kenny se metió ésta en el bolsillo.

-¿El tratamiento del mono? Nunca había oído hablar de eso. ¿En qué consiste?

Henry Moroney se humedeció los labios.

-Ellos... –empezó a decir, pero sufrió otro ataque y su cabeza se inclinó grotescamente–. Vete, vete. Da resultado, Kenny, sí, oh... El tratamiento del mono, sí. No puedo decir más. Ya tienes la dirección. Perdóname."

Para leer entero "El tratamiento del mono" de George R. R. Martin pincha aquí.

2 comentarios:

kuroi yume dijo...

mierda, que cabrón...
al menos yo colgué el mío entero!

Juanma Sincriterio dijo...

Jeje, pero eso es porque usted es un bloguero como Dios manda y no un vago perezoso como yo...