7.7.08

Dios ha muerto (otra vez)

"...Usted es autor de ciencia-ficción, ¿no es así? ¿Conoce a Thomas Disch?
—Sí —dije.
—Es muy bueno.
—Así es —dije complacido de que Lampton conociera la obra de Disch. Era un buen síntoma.
"

Valis, Phillip K. Dick.

Lo último que supe de Thomas M. Disch antes de enterarme de su suicidio el pasado 4 de julio fue que se estaba haciendo pasar por Dios para promocionar su último libro, The word of god, en el que narraba su ascenso hacia la divinidad (incluyendo sus cruentas batallas contra las fuerzas del mal, tambien conocidas como Phillip K. Dick...). En una página malvadamente divertida, Dios se ofrecía a contestar cualquier pregunta que sus fieles tuvieran a bien formularle (aquí). Como la mayor parte de su obra, sus respuestas rebosaban socarronería e inteligencia. Eso fue hace dos o tres semanas. Unos días antes publicaba en su blog un poema titulado "Why I should die". Entre esos dos extremos, la oscuridad más deprimente y el cachondeo subterráneo, se movió toda su obra. Disch era capaz de conseguir que no perdieras la sonrisa mientras leías barbaridades sobre pederastas. Lo mismo podía escribir una obra maestra de la literatura juvenil ("El tostadorcito valiente", convenientemente pervertida por Disney) que arrastrarte a los rincones más oscuros de la personalidad humana con obras tan deprimentes como "Campo de concentración" (que no solo le gustó mucho a Buddy Bradley, sino que es una influencia importantísima en, por ejemplo, V de Vendetta).

Cuentan que de su "En alas de la canción", una de las novelas (una autobiografía en clave de ciencia ficción, en realidad) más hermosas que he leído en los últimos años, hubo un 90% de devoluciones, lo que provocó que abandonara el gueto. Seguramente el fándom nunca le perdonó que hablara de la ciencia ficción como "cuentos de cuna para científicos", y que siempre opinase que no era más que una rama de la literatura infantil ("El tostadorcito valiente" era su demostración empírica de esa teoría). Seguramente la ciencia ficción que le gustaba tenía más que ver con Ballard y Dick que con Heinlein y Niven. Desde entonces, sus novelas se movían en el terror trufado de humor negro. Siempre oscuridad, y siempre provocando sonrisas.

Finalmente, parece que una depresión provocada por la muerte de su pareja y una situación económica bastante delicada provocaron que la oscuridad pudiera con él. Descanse en paz.