¿Dónde nos habíamos quedado? Ah, sí, dos acompañantes del Doctor, dos visitas a escritores ilustres. El patrón está claro, así que el último encuentro de nuestro protagonista con un autor famoso tendría que esperar a que Donna Noble, la simpar Donna Noble se convirtiera en residente de la Tardis. Y si algo distingue este capítulo de los comentados en el anterior post es la personalidad de Donna, que impregna un episodio que por lo demás cumple a rajatabla con el esquema fijado en los susodichos capítulos.
La estrella invitada, habría que decirlo, es Agatha Christie. Agatha Christie en el día en el que desengañada al descubrir las infidelidades de su primer marido desapareció dejando su coche junto a un lago para ser encontrada tres días más tarde en una habitación de hotel a nombre de la amante de su esposo y con una amnesia que le impidió explicar qué había ocurrido durante esos días. Y aunque se sospechó que dicha desaparición respondía a una maniobra publicitaria nunca se pudo demostrar (hasta donde yo sé, al menos), y aquí es donde llega el Doctor a arrojar luz fantástica sobre un suceso real en el episodio probablemente más divertido de todos los dedicados a escritores.
Siguiendo con la doctrina del "si vas a hacerlo...", no pueden faltar en un capítulo con tal estrella invitada una casa en la campiña británica con varios visitantes todos los cuales esconden secretos, un asesinato, un trabajo detectivesco desempeñado por una señora con gran poder de deducción y una resolución en la que con todos los personajes reunidos la investigadora señala uno a uno a los sospechosos, desvelando sus secretos, para únicamente dar con el culpable al final del discurso. Como una Ms. Marple cualquiera.
Y aparte de los comentarios de Donna (burlándose de todo el caso, "Hay un asesinat, un misterio y Agatha Christie. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Charles Dickens rodeado de fantasmas... en navidad?") y lo tremendamente cómico que resulta verla comiendo palomitas durante la exposición final de Christie, hay un par de cosas que hacen especial este capítulo en tanto a la relación que mantienen el Doctor (y sus guionistas) con la literatura. A saber: Esta vez el malo en cuestión no sale de la obra de la estrella invitada, sino de una de las portadas de su libro. Una portada (ahí a la derecha) cuasi pulp, con una abeja en primer plano que parece tan grande como el avión al que parece dispuesta a atacar. Parece una chorrada, pero es una toma de postura, queda claro cuando en un momento dado el Doctor y la escritora plantean como de pasada una diferenciación entre alta literatura y literatura popular, e insinúa el complejo de inferioridad de la segunda respecto a la primera. El Doctor (y sus guionistas con él) se posiciona: La literatura popular vivirá siempre, sobre todo si está escrita de corazón, por mucho que el prestigio crítico apueste por otras obras.
Y aunque uno podría pensar que sí, que vale, pero en los otros capis los invitados eran Shakespeare y Dickens, casi imposible encontrar autores más universalmente reconocidos, prestigiosos y críticamente aclamados, no debemos olvidar un par de cosillas: Dickens escribía folletines, literatura barata en entregas para los que no podían pagar un libro completo, y Shakespeare no dejaba de ser un actor ambulante que se ganaba la vida intentando entretener a la gente por los pueblos. Ambos fueron en su origen, por decirlo de alguna manera, autores al servicio de la gente, no al servicio de los críticos hipercultos. Autores populares, a ras de suelo. Exactamente lo que representa Christie en este episodio. Y eso es, precisamente, lo que siempre se ha defendido y defenderá en esta casa: Hay que leer libros para divertirse, no para presumir de haber leído porque uno es así de culto, por decirlo en bruto. Hay muchos matices que aplicar, pero creo que queda claro lo que pretendo decir. Y además supone una declaración de intenciones sobre la serie en sí: No nos importa que todo esto parezca algo deslavazado, que no todo encaje a la perfección, estamos aquí para divertir a la audiencia, no a los críticos. Y donde no lleguen los efectos especiales, repito, llegará el Sense of Wonder. Que no se paga con dinero.
Y si a lo largo de estos capítulos los guionistas de Doctor Who nos han confesado que les encanta leer porque son unos enamorados de la palabra y además es divertido hacerlo, no hay mejor manera de culminar el asunto que homenajeando directamente al fetiche último de la literatura: El libro.
"Books! People never really stopped loving books" son las primeras palabras que el Doctor pronuncia en "Silence in the library", primera parte de un díptico que completará "Forest of the dead", un combo de dos capítulos que conforma una de las cumbres de esta serie. Ambientada en el paraíso del lector: Lo más cercano a la Biblioteca de Babel, aquella biblioteca infinita imaginada por Borges que contiene todos los libros escritos, por escribir e incluso no escritos, todos los libros posibles en resumen, la mejor representación de dicha biblioteca, decía, que jamás se haya filmado. Aquí no es infinita, pero poco le falta, viene a ser un planeta entero destinado a contener y conservar todo libro jamás creado. Todo libro merece ser leído, nos dicen los guionistas (Steve Moffat en este caso, más en casa de Thursnext al respecto). Por eso no hay peor enemigo que la oscuridad. En la oscuridad no se puede leer.
Y aunque podríamos comentar las reflexiones sobre los spoilers, o hablar de la inspiración a medio camino entre Dick (reverenciado en esta casa) y el cyberpunk (subgénero muy disfrutado en esta casa, también) de la trama, creo que queda clara la idea que quieren transmitir los responsables de la serie respecto a la lectura entendida como un acto de puro placer, así que lo mejor será dejarlo aquí.
Porque creo que he cumplido mi objetivo: Creo que tengo algo más claro por qué Doctor Who me fascina como lo hace.
2 comentarios:
me quito el sombrero señor.
Qué placer leer entradas así. Para disfrutarlas tan intensamente como Doctor Who.
¡Enhorabuena!
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