9.5.06

La estación de la calle Perdido

Si tuviera que definir esta novela con un adjetivo no sé cuál sería el adecuado, si desmesurada o excesiva. O mestiza...
Normalmente las cosas son más sencillas. Si en una novela aparecen científicos medio pirados, alienígenas e inteligencias artificiales es ciencia ficción. Si hay gente capaz de hacer magia y seres alados probablemente sea una novela de fantasía. Cuando aparecen horrores de otra dimensión cuya sola visión provoca la locura seguro que hablamos de una revisión de la imaginería lovecraftiana. Y si habla sobre yonkis, represión policial, huelgas y panfletos revolucionarios suele ser una obra urbana y socialmente ccomprometida. Y a nadie en su sano juicio se le ocurriría mezclar todos estos elementos y algunas decenas más con la intención de conseguir algo más que un batiburrillo sin sentido.

Afortunadamente, parece que China Miéville no está en su sano juicio y no entiende de barreras entre géneros. O mejor dicho, escribe con la intención de demoler dichas barreras.

El escenario en el que transcurre la novela es Nueva Crobuzon, una megaciudad en la que cabe todo, casi la verdadera protagonista de la historia. En la nota biográfica sobre el autor se dice que es un apasionado de la arquitectura, y eso se nota. Cada edificio, cada barrio que se nos presenta es más grandioso que el anterior, una continua espiral ascendente que acaba dando como resultado una ambientación espectacular. Y el mismo nivel de sorpresa y detalle lo encontramos en los habitantes: Seres capaces de crear esculturas de agua, criaturas aladas con un peculiar código de honor, seres con aspecto humano de cuello para abajo (de cuello para arriba son escarabajos...) con comportamientos típicos de insectos, humanos convertidos en medio máquinas... Multitud de criaturas con comportamientos perfectamente coherentes según sus parámetros propios pero inevitablemente chocantes a nuestros ojos.

En cuanto a la historia, como el resto. Giro tras giro, lo que comienza con un científico recibiendo un encargo peculiar (un garuda que ha perdido sus alas quiere algún tipo de mecanismo que le permita volver a volar) se va complicando y creciendo. Unos seres que roban los sueños de la gente, problemas con una nueva droga, huelgas y disturbios, una inteligencia artificial que ambiciona la divinidad y una amenaza terrible y casi imposible de detener... El objetivo de Miéville es epatar continuamente, forzar los límites. Y si lo consigue es gracias a la convicción con que escribe.

No es una novela perfecta, ni mucho menos (de hecho, a veces es manifiestamente tramposa. Hay un par de rescates in extremis que...), no se detiene en ningún momento, y la misma desmesura de la que hace gala puede resultar algo indigesta, pero está escrita con pasión, y consigue momentos de tal intensidad que se le perdona todo. Las mejores escenas de horror cósmico/homenaje a Lovecraft que he leído en los últimos años están aquí, por ejemplo.

Una novela, ya lo he dicho, desmesurada, excesiva y exagerada, para lo bueno y para lo malo. Si se te atraganta no podrás con ella, pero si entras al trapo sus efectos perdurarán hasta meses después de acabar el libro.


Puede leerse el primer capítulo aquí.

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