"Nueva York, 1995. Un barrio en las estribaciones de la parte alta de Manhattan; ocho manzanas de edificios; cuatro; dos; una; en su lateral izquierdo: un callejón sin salida y, en él, un charco"
Lo primero que choca de esta novela, más si conoces la obra anterior de Jorge Carrión, es la velocidad. Tanta que casi aturde hasta que le coges el punto. Cambios de escenario, personajes, situaciones que se suceden sin solución de continuidad, sin un cambio de párrafo que nos avise de que todo es distinto desde la frase anterior. A toda velocidad hasta que de repente se detiene en algún detalle, un gesto, o un sonido de fondo. Y entonces acelera otra vez. Todo seco y directo. Y todo resulta algo extraño hasta que te das cuenta de lo que intenta (ALERTA! SPOILER!: y en mi opinión consigue en gran medida) el autor. Que es trasladar al lenguaje literario el audiovisual. Convertir fundidos en negro en cambios de párrafo, hacer zooms a base de palabras como las que encabezan este post. Trasladar la narrativa cinematográfica, o más bien la de las teleseries de última hornada, esas que conocemos todos, a la literatura.
Un misterio de largo alcance a lo Lost, un montón de giros de guión, personajes atormentados y carismáticos... Sí, es justo lo que parece, y engancha como engancha una serie bien hecha. Y entonces la novela se detiene y decide que es momento de reflexionar. Que no todo lo que quiere contar la novela es la historia de esos personajes amnésicos que aparecen en callejones recónditos de esa extraña New York situada en unos EEUU en los que Hillary Clinton es la primera presidenta afroamericana, por atractiva y adictiva que sea dicha historia. Los Muertos quiere ser más que eso.
Los Muertos pretende, una vez nos tiene agarrados y en tensión, reflexionar sobre el mundo. El mundo en que vivimos, el mundo de internet, de los fenómenos de masas, de fans y redes sociales, de saturación y de las extrañas relaciones que se establecen en ese (este) mundo. Reflexión a partir de la acción, aclaro, no encontraremos ninguna parrafada profundísima y espesa pero reveladora, sino personajes que hacen, actúan, se relacionan y escriben desde la ficción para explicar la realidad. Esas frases directas y en apariencia secas se revelan en planos llenos de detalles como salidos de Los Soprano. Los significados y las interpretaciones se multiplican, la peripecia del recién llegado amnésico a esta oscurísima New York que busca recuperar su memoria se convierte en algo más. De la misma manera que una isla en la que ocurren cosas raras puede servir para reflexionar sobre el genocidio o la redención.
Es una novela, resumiendo, con varios niveles de lectura, tantos que ya se han referido a ella como "tour de force post-moderno", "novela crepuscular", "novela freak sobre la guerra civil". No falta razón, todo eso está en la novela (aunque no se nombre ni una sola vez, ni implícita ni explícitamente la guerra civil), y a todo ello habría que añadir el que sea tan malditamente entretenida, incluso sutilmente cachonda en según que momentos (pienso en el final, sobre todo). Como buena novela de la época Lost, la complejidad no está para nada reñida con el entretenimiento. Los Muertos es una muy vistosa hija de su tiempo.
Y el hecho de que alguien como Javier Marías se haya esforzado tanto en malinterpretar declaraciones de Carrión para correr a insultarle, en las páginas de El País, nada menos, no debe ser visto más que como otra señal de un relevo seguramente generacional que ya venía haciendo falta. Es normal que alguien que presume de despreciar internet no haya comprendido nada de nada, ni la campaña de videos virales que precedió al lanzamiento del libro ni el libro en sí, que precisamente habla sobre esos temas. Lo que sí es preocupante es que a Carrión no se le permita ejercer el derecho a réplica, pero igual eso ya es otro tema.
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